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FERNANDO FORTUÑO. ENTREVISTA

marzo 19th, 2013 by Javi Pérez

“Lo fundamental es la pasión por el cine para mantenerse en el Sector”

Una vez más cedo el hueco a los profesionales del cine y la televisión en España. En esta ocasión, tengo el placer de entrevistar a Fernando Fortuño, jefe de producción con casi veinte años de ejercicio profesional. Desde 1994 ha trabajado sin pausa en 37 producciones de ficción.  Su nombre aparece en los títulos de crédito de películas de grandes directores como Alex de la Iglesia, Enrique Urbizu, Julio Medem, Vicente Aranda o Imanol Uribe. Fernando es un trabajador incansable, detallista, sereno y gran observador, con el don de saber organizar con temple cualquier rodaje por catastrófico que se tercie. Después de pasar muchos días juntos en la difícil tarea de coordinar un rodaje, ahora nos toca charlar con vistas al futuro sobre qué es esto de la producción.

Por Javi Pérez

Fernando Fortuño

Creo que la mayoría de los técnicos lo son por la cinefilia que un día les embargó. ¿Ocurrió esto en tu caso?

Cuando uno se presenta como candidato a un puesto en un rodaje de cine (o TV) su cinefilia no es una ventaja: el contratador no la tiene en cuenta. Es bueno que así sea, al menos, en la mayoría de los puestos técnicos (el Dpto. de Guiones puede ser una excepción). Esto no tiene nada que ver con que, como en muchos otros trabajos, la «actitud» del candidato sea un criterio clave en la decisión de contratar. Para lo que sí es fundamental es la pasión por el cine es para «mantenerse» en el Sector. En mi caso, al menos, así ha sido.

Provienes del mundo de la fotografía, sin embargo, empezaste en producción. ¿Por qué no en el departamento de cámara?

En el 93, siendo fotógrafo para Diario 16, entrevisté a muchos personajes, entre ellos, al director de cine que me llamó para formar parte de su equipo. Pero cuando llegué el primer día a la oficina, el productor ya había comprometido el puesto y me ofrecieron trabajar en producción. ¿Producción? ¡Claro! Por encima de todo quería formar parte de un rodaje. No me planteé nada más. Resultó que la producción permitía meter la nariz en todas partes: las reuniones de preparación, las localizaciones, (por supuesto, el rodaje), el montaje, el laboratorio,… Era una auténtico Máster. Y lo que, aparentemente, no enseñaba nada (vigilar un corte no requiere especialización, madrugar, ser puntual, etc…) fue lo que va forjando carácter, resistencia, orgullo por el oficio… Un rodaje lleva a otro a toda velocidad y, cuando uno se quiere dar cuenta,  ya se ha creado una identidad laboral. Algunos «están en producción» una temporada y al poco abandonan o lo usan de trampolín para pasar a otros departamentos. Yo estudié Imagen en la Complutense; podría haber ejercido (aprendiendo el oficio desde abajo) en cualquier departamento, pero, echando la vista atrás, estoy feliz y orgulloso de «ser de producción». La experiencia que me ha dado la producción no la cambiaría por nada.

¿Crees que la digitalización ha cambiado la manera del trabajo del equipo de producción?

¡Solo alguien joven puede hacer esta pregunta! Cuando empecé, en el 94 (hace nada), hacíamos las ordenes a máquina. En el maletero de mi 127 llevaba mi máquina de escribir, papel calco, 2 o 3 cartuchos de Polaroid, latas vacías (y sus núcleos y bolsas negras), mi Nikomat 35 mm, etc. Hasta mediados del 95 (cuatro películas y una serie más tarde) no trabajé con un móvil. Desde las recogidas de las madrugadas (el primer GPS que vi fue el de un personaje de «El refugio de mal» en el 2003 y no tuve uno hasta el 2006), pasando por el rodaje y hasta el fin de la jornada con el envío por email de las órdenes, citaciones, partes, pedidos, etc. TODO ha cambiado. Unas cosas para mejor y otras para peor, pero ha sido una suerte conocer el rodaje en 35 mm y la moviola (trabajé un año editando en Betacam, otro montado las bobinas de 600 mts. que luego proyectaba con dos arcos voltaicos alternos y disfrutaba viendo trabajar a los montadores). Ha sido una suerte vivir la transición al digital, que, desde luego, ha marcado un antes y un después.

En tus comienzos supongo que habrás vivido los pros y los contras de la “escuela antigua”. Para el que no lo sepa, se podría definir como una disciplina marcial y jerárquica, tradicional de los equipos cinematográficos españoles provenientes del sindicato vertical. ¿Cuál es tu opinión sobre esta forma de enseñar el oficio a los meritorios?

El estilo de la vieja escuela no era un problema. Su receta era crear orden, respeto al mando y a la palabra dada para minimizar la incertidumbre de todo rodaje.  Hoy, cuando uno entra a formar parte de un proyecto, se encara también a otras incertidumbres que la vieja escuela tenía resueltas: sabías a lo que atenerte. En el ejercicio del cargo, todos tenemos un estilo propio, de acuerdo. Pero es que ahora hay que dedicar demasiada atención a la forma de trabajar de cada uno porque el cargo, por sí mismo, no da una idea exacta de lo que puedes esperar y de cómo relacionarte con él. En el peor de los casos es caro e ineficaz. Tenemos técnicos maravillosos formados entonces que se resignan al ver la actitud de algunos meritorios. Enseñar y aprender requiere la voluntad de las dos partes.

¿Estás a favor de la enseñanza académica de los departamentos como dirección y producción?

¡Claro! ¿De dónde crees que salieron Bardem, Berlanga, Saura, Uribe, Zulueta, Aguirresarobe, Borau, Picazo o Pilar Miró, y otros muchos cientos? La Escuela de Oficial de cine funcionó desde mediados de los 40 hasta principios de los 70. Luego vinieron las facultades de Ciencias de la Información a principios de los 60 y la ECAM en el 95. Que estos dos últimos modelos no hayan funcionado en absoluto como el primero no es razón para pensar que el cine no se puede ensañar en un aula, sino que las cosas se pueden hacer bien o mal. Muchas escuelas por el mundo mantienen intacto su prestigio como la de California Sur, donde estudio G. Lucas, el American Film Institute (Malick, D. Lynch), la de Nueva York (los Coen, C. Kaufman) o el Instituto de las artes de California (T. Burton, J. Lasseter).

Siempre he pensado que los equipos de producción pueden valer para cualquier otra profesión por sus versátiles aptitudes. ¿Qué cualidades destacas por encima de otros trabajadores?

Ser contratado por obra durante años marca y da una perspectiva diferente. Es duro pero también da libertad y el valor de afrontarlo todo desde cero. Producción, además, al no tener un perfil tan técnico como los demás, puede adaptarse con más facilidad a otros mercados.

En los últimos tiempos proliferan largometrajes “low cost”, con muy poco presupuesto y sin una distribución clara. En muchos de estos proyectos los equipos no están remunerados. ¿Qué opinión te merecen este tipo de proyectos?

Es bueno para los proyectos que terminan teniendo visibilidad, público, pero, evidentemente, es malo para crear industria. Ver que la pasión y/o la ambición se abren camino siempre es un buen ejemplo. Admiro a quien persigue sus sueños contra viento y marea pero así no se crea mercado. No me meto con las condiciones laborales de estos proyectos porque suelen ser más transparentes que muchos otros de la industria convencional.

Creo que la gente de producción está hecha de otra pasta, debido a los agravios comparativos que sufren con otros equipos y la dureza del trabajo. ¿Compartes la idea de que hay una parte vocacional para la producción?

Ya lo hemos comentado. Existe la vocación, sobre todo en los que «resisten», pero no es una condición necesaria. Muchas veces es el oficio el que va creando la vocación. Otras es el mismo oficio el que la va desgastando. Todos necesitamos, en algún momento, la aprobación de los demás y, en la producción, hay ocasiones en las que uno puede sentirse muy solo. Ese es el momento en el que uno tira del motor interior de la vocación. Vas acotando más y más el entorno del que esperas esa aprobación hasta que tocas fondo, te encuentras solo con tu vocación y se produce un efecto rebote que abre de nuevo la confianza a círculos más grandes.

Entre muchos técnicos reside una visión un tanto negativa del estado actual de la profesión. ¿Qué factores crees que han contribuido a ese desencanto?

Hay una coyuntura general de crisis que ha tocado en hueso. Cuando en 2007 se anunció la crisis ya llevábamos unos años sin que los sectores del audiovisual español se pusieran de acuerdo en la visión general: el viejo debate del control de taquilla, de las subvenciones, del convenio, de la ventaja competitiva de las distribuidoras americanas, el nuevo debate de las nuevas ventanas de exhibición y consumo con el empuje de internet, etc… Pasan los años y la mayoría de asuntos no se han resuelto o se han ignorado y muchos, muchos técnicos han cambiado de oficio ya ante la falta de perspectivas. El desencanto tiene raíces muy profundas, estructurales, y otras coyunturales que, al final, se ceban en los más débiles.

¿Qué opinión te merece que exista una candidatura a los Goya a “Mejor dirección de producción” cuando es un mérito difícil de percibir en el visionado de la película?

En los Goya somos juez y parte. La opinión pública es muy sensible cuando esto ocurre pero no hasta el punto de pedir que nos justifiquemos. Creo que el público pide espectáculo y, en muchas ediciones, hemos tenido miras muy cortas como industria. Entiendo que las figuras públicas aprovechen su perfil para denunciar abusos o promover sus causas. Todos deseamos una sociedad movilizada y activa pero los premios Goya no es el foro. Debería ser la fiesta de todos. Luego cada cual puede servirse de los medios como le parezca. En este escaparate claro que cabe producción. Es un premio muy aleatorio pero eso no impide dar visibilidad a la trastienda del cine, que la necesita y mucho.

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LA CHISPA DE LA VIDA. CRÍTICA

enero 22nd, 2012 by Javi Pérez

«La chispa de la vida». Acudí a ver “La chispa de la vida” un viernes caduco y frío.  Justo antes de salir de casa leí por las redes sociales, como si una gota de aceite hirviendo me salpicara en el ojo, la noticia de que un matrimonio italiano al borde la jubilación había decidido poner fin a sus vidas. Su motivación: el desempleo, las deudas y el desahucio, a pesar de sus plegarias al Gobierno de Berlusconi. Una esquirla más en nuestro derredor social, mundano e insostenible, por ser todos doblemente espectadores y actuantes de la gran escena representada: la crisis económica.  Todo me encajó después con esa bofetada del bilbaíno en la que utiliza el mismo escenario para bailar guiñoles en vez de personajes dentro de personas o a la viceversa.  Y es que si Valle-Inclán levantara la cabeza desempañaría sus anteojos para descreerse del doble juego de la realidad  y su distorsionante reflejo: el esperpento de un esperpento.

Alex de la Iglesia vuelve a lancear al público y a la crítica dándole aquello que quiere: una estrella internacional (Salma Hayeck) , otra estrella de la televisión (José Mota) y más o menos grandes actores conocidos  (Tejero, Galiardo, Portillo, Climent…) y todos ellos perfectamente orquestados en la genialidad de una trama oportunista pero resultante, cuya historia reinventa al Wilder de “El gran carnaval” sumando el aderezo del  vitriolo de otros (Lubitsch, Berlanga o Azcona).  Y es que “La chispa de la vida” tiene mucho para reprochar y otro tanto para beatificar.

De lo primero: sus gags paratextuales, su parodia de prime time, sus hipérboles,  sus manidos tópicos, su desentonado discurso, sus licencias espaciotemporales de primero de narratología, su realización descaradamente resolutiva y la condena  de dejar a Nerea Camacho en una figuración con llanto. Sin embargo, “La chispa de la vida” es una película con profunda puya y mensaje de difícil digestión, donde cuestiones como el precio de la dignidad humana, la pugna del darwinismo social y el homo homini lupus de las instituciones culturales y políticas  no se escaparán a ningún espectador  con resquicios filosóficos o morales. El mito de la vida como el gran teatro del mundo se retroalimenta en esta platea-escenario:  el virus de la mediatización globalizada y convergente de una sociedad con escrúpulos para sobrevivir sin ellos. Y como colofón a la crítica, la destacada, pero irregular interpretación de un José Mota, actor con mayúsculas. Véanlo ustedes mismos y aplaudan.

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BALADA TRISTE DE TROMPETA. CRITICA

enero 5th, 2011 by Javi Pérez

Balada triste de trompeta

Hay películas que cuentan una historia. Hay películas que hablan de Historia. Hay películas que cuentan la Historia de otra manera. Y hay películas que pasan a la Historia. El último filme de Alex de la Iglesia se ajusta a las cuatro afirmaciones a la perfección; y si no, tiempo al tiempo. “Balada triste de trompeta” es una genialidad obsesiva transformada en cine casi para todos los públicos (absténganse mujeres, niños y mayores con problemas del corazón y memoria histórica) en el que todo vale. Y todo vale porque su director ha pegado con esta obra un salto al vacío sin arnés ni amortiguación ninguna. Y creo que ha caído de pie, una vez más, o al menos ha empezado con buen pie tras ganar el premio al mejor director y al mejor guión en el Festival de Cine de Venecia

Al igual que unas pinceladas de Picasso o unos segundos de una sinfonía de Mozart son universos unívocos per se para un avezado público, el cine de Alex de la Iglesia se convierte en categoría y en un género en sí mismo con “Balada triste de trompeta”, a pesar de que algunos se queden con la venda puesta y sólo vean la superficie rampante de un desarticulado panaché de obsesiones, miedos y neurosis. Pocos creadores en la historia del cine han conseguido dejar una impronta reconocible en todos y en cada uno de los fotogramas de su obra y el cine del bilbaíno va camino de engrosar la lista de directores-autores más singulares de la patria cinematográfica. El filme mezcla el gore, el terror, la comedia negra, el thriller psicológico, el melodrama y el cine bélico con una puesta en escena magistral en el que también se reconocen a Buñuel y a Berlanga, a Rodríguez y a Tarantino, a Hitchcock y a Browning, y de manera singular al propio Alex de la Iglesia.

El comienzo de la cinta es vibrante e inteligente, abanderado por un Santiago Segura encarnando un payaso de circo cuya única pretensión es hacer reír, hasta que él y los demás compañeros del circo son secuestrados por un batallón del ejército republicano en plena guerra civil española. Hace falta luchar contra el enemigo y cualquiera sirve para este absurdo y sinrazón llamado guerra, donde aquellos que antes hicieron reír ahora valen para hacer llorar, donde los que antes inspiraban felicidad y alegría ahora se encargan del horror y el sufrimiento ajeno. Una vez acabada la contienda, el personaje interpretado por Segura se convierte en un preso político más de los miles que levantaron con trabajos forzosos la cripta de El Valle de los Caídos. El hijo del payaso encarcelado se convierte en el germen de una historia cuya premisa argumental parte del rencor, la venganza, el odio y la redención de su padre. De la Iglesia elabora al tiempo una lectura personal y caleidoscópica de los vaivenes político-sociales de un país a través de dos personajes antagónicos, el payaso gracioso y el payaso triste, interpretados respectivamente por dos grandes actores: Antonio de la Torre y Carlos Areces, acompañados por un innumerable crisol de secundarios que brillan con luz propia.

Y aunque sea manido caer en el tópico de los buenos y los malos, de los vencedores y los vencidos, de las dos Españas de una misma España cuando nos enfrentamos a una nueva película sobre nuestra inspiradora guerra, el director vasco se desliga y se sirve de una hermenéutica en su discurso compleja y con rarezas encubiertas  a través de su dos personajes bisagra, brillantes metáforas de la cara y la cruz de una misma moneda. Ambos luchan por conseguir a una bella y esplendorosa mujer. Uno para dominarla, castigarla, sodomizarla y someterla en contra de su voluntad. Otro para quererla sin decisión, a desgana, mimándola y tendiéndole una mano dulce inspiradora de una desobediencia atroz, al igual que unos y otros quisieron hacer de España una, grande y libre a su manera, convirtiéndola en un saco de huesos rotos que todavía no hemos sabido restañar.

Aunque no todo pueden ser vanaglorias, ya que el relato se articula en torno a unos golpes demasiados efectistas, arbitrarios y desprovistos de toda ética narrativa, sobre todo en la segunda parte de la película donde el todo vale puede molestar a los espectadores más sosegados. Y es aquí donde se echa de menos la colaboración de un guionista más flemático que hubiera dado una lija fina y un poquito de barniz al guión de una película que no dejará indiferente a nadie, sea gracioso o triste, bueno o malo.

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"En esta industria, todos sabemos que detrás de un buen guionista hay siempre una gran mujer, y que detrás de ésta está su esposa.".
Groucho Marx (1890-1977) Actor estadounidense